Historia del cronometraje en los Juegos Olímpicos
La precisión y la exactitud han sido cruciales en el cronometraje olímpico desde los juegos antiguos. Desde los relojes de sol hasta los relojes atómicos, la evolución de la tecnología del cronometraje ha revolucionado la forma de medir y registrar las actuaciones atléticas. En los primeros tiempos de los Juegos Olímpicos modernos, el cronometraje se basaba en simples cronómetros de mano. Estos aparatos, con una precisión de 1/5 de segundo, eran utilizados por los jueces, que los ponían en marcha y los paraban manualmente.
A medida que las competiciones se hicieron más intensas, aumentó la necesidad de una mayor precisión. En los Juegos de Estocolmo de 1912 se introdujo el cronometraje electrónico. Esto supuso un gran avance, ya que redujo los errores humanos y mejoró la precisión. En los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1932, el cronometraje había alcanzado una precisión de una décima de segundo. A lo largo de las décadas siguientes continuaron las innovaciones. En los Juegos de Londres de 1948 apareció la primera cámara de foto finish, que revolucionó los resultados de las carreras. En 1968, debutaron las almohadillas táctiles para las pruebas de natación, que permitían a los atletas detener su propio tiempo.